martes, 24 de abril de 2018

La palabra Cilencio



Hoy he tenido una buena lección sobre una forma de censura política en Puerto Rico. No está demás decir que en Honduras casi las he recibido todas, a excepción de la más definitiva sufrida por tantxs, la muerte. En un arranque de lucidez, del cual tienen participación mis seres más queridxs, decidí retomar mis estudios universitarios luego de enfrentarme con cíclopes, circes y sirenas, y de corroborar de que la sociedad ama que uno se le presente sistemático y certificado. "Sabe del tema, pero le falta sistematización", "puede dar la clase pero no está certificado". Esa y otras frases las he recibido incluso dentro de los 18 años que trabajé en agencias de publicidad, y debo admitir que muchas veces no faltó razón, quizá esa razón que hace que una simple cortina separe en los aviones la cabina de primera clase de la clase económica.

El asunto es que aquí estoy de nuevo, en las aulas, como en una especie de sueño angustioso en que aparezco ya adulto uniformado de escolar, aunque esa es la primera impresión, luego todo se va diluyendo y se despierta anónimo como a cualquier edad, recibiendo las instrucciones buenas y las castraciones estrictas. Hablaré de la lección que acabo de recibir, mejor, aunque sea una lección de dos meses continuos.

La profesora de Ciencias Sociales tiene su libertad de cátedra definida como puede definir la libertad un gerente de la Monsanto: "si me va a hablar de algo orgánico por favor que sea solo de semillas que hacemos en nuestro laboratorio, y si son transgénicas pues mejor". Pero esta regla resultó que adquiría validez hasta después de realizar el primer examen y luego de mes y medio de quejas por la falta de participación y debate en el salón de clases. Siendo una materia donde el análisis social es vital, pues decidí participar continuamente y no ayudar al aburrimiento. Ese fue mi error. Creí que podría haber dialéctica en la respuesta de la profesora pero me encontré con una acérrima reaccionaria, escudada, por supuesto, en el "aquí todo se ha probado y es mejor dejar que las cosas caminen a su ritmo". Mi error fue intentar ponerle polo a tierra a las discusiones sobre la libertad del hombre en la unidad dedicada a Savater y su Antropología de la Libertad. Y claro, para disgusto de la profesora mi análisis fue marxista. Diría, marxista descafeinado para que no resultara tan amargo el trago que diera la profesora.

Ahí comenzó mi silencio. Porque silencio fue el que vino tras una andanada de límites conceptuales que ella expuso como una raya imborrable e inabordable. "¿Qué es eso de pueblo? -empezó respondiéndome con una asco que no pudo evitar- la libertad de ese pueblo del que hablas está contaminada de conceptos del siglo XIX. Quizá sean muy usados en esos países de Latinoamérica que tienen tantos problemas de populismo -aquí puso el rabillo del ojo sobre este hondureño inerte- pero eso ya es algo que debe revisarse de una buena vez..."

Luego llegó el turno de la composición identitaria en Puerto Rico y su visión es la que ya he escuchado por aquí: que apenas quedan trazas de o nexos respecto a Latinoamérica porque ni indígenas que hay ya ni intercambios permanentes que permitan hacer un análisis sobre si Puerto Rico pertenece a Latinoamérica. Le pedí permiso para opinar -hasta ese momento seguía creyendo que era un curso donde las ciencias sociales daban para ser aplicadas en la realidad- y le sugerí que recordáramos de dónde provenía gran parte del mestizaje boricua, del recorrido de los primeros habitantes desde la zona del Orinoco hasta su salto antillano y, por ende, del cómo sucedió el sincretismo con los supervivientes del genocidio y del cómo eso contribuye a la identidad nacional. Su gesto fue de risa. "Me estás hablando de hace miles de años y de lo improbable que existan trazas culturales supervivientes". Fue mi segundo gran silencio.

Par cerrar, llegó el turno a la incomodidad que para ella representa la lucha contra el errado concepto de que Puerto Rico es colonia. "Esto no es colonia, y los que reniegan de los beneficios que Estados Unidos, el imperialismo da -risita de lado- son los mismos que se gradúan en universidades de allá y luego vienen a decir aquí que hay que abominar de los Estados Unidos''. A este punto ya había comprendido. Ni siquiera admitió el análisis del yo freudiano -segunda unidad bajo el ensayo El Malestar de la Cultura-  con una ilustración o reflexión que intenté hacer sobre la inteligencia artificial y su probable conformación de un nuevo ser yoeico.

El resultado de todo esto, y la lección concreta a mis participaciones, fue nota C en la prueba parcial y un tajante aquí se viene a opinar sobre el texto y no a dar opiniones fuera de él. Pensé en momentos en la forma de lectura de los monasterios de la Alta Edad Media: se exigía a los monjes leer en voz alta porque leer en silencio era hablar con el diablo. En fin, una C tan aerodinámica y errada como la palabra Cilencio. La censura entonces está ahí, lironda y sin forma de herradura para la buena suerte. Lo entendí como una lección prístina. El supuesto que la participación en el aula de clases ayuda en el índice en esta profesora no es más que un mal protocolo didáctico. Para ella, lo social no es orgánico, es exacta, como la ciencia dual de Monsanto.

Me queda entonces un largo silencio de un mes para esperar el cambio de periodo y mejorar la nota. Por supuesto, en Cilencio.


F.E.

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