jueves, 14 de septiembre de 2017

Sebastián Arce - Costa Rica

Foto: Fabricio Estrada


Nocturnos en la sangre
I
¿Por qué he comenzado a darle fulgor a las cosas, aun en la oscuridad? Un hilo de imperdonable desilusión me guía. Presiento la textura del vacío y reconozco el vértigo.
Dejé casa y calor por esa ausente pieza del rompecabezas que alguna vez olfateó mi rebeldía. Rellenar espacios en medio de la miseria, emplear estratagemas para burlar la incertidumbre. Y siempre saber que me detengo, compuesto de noche hasta los zapatos, para abonar con extrañeza los silencios, mirar con enfado las siluetas de la caverna.
Y saber que las sombras, por más banales, arrastran y hunden al viajero más determinado.

II

El río de la piel ha perdido su textura de sangre. En su corriente desfilan cadáveres enemigos, vacíos del cuerpo y el ser. Aquellos rostros me interrogaban desde un más allá que pocos toleramos. La luz se desvanece, y no es por terror que bajo esta sombra de incertidumbre taladro mis palabras. Solo presentir la muerte, negar toda dispersión.

III

La muerte sobrevendrá cuando ya no tenga nada que decir. Las hojas permanecerán quietas, como un niño que jugara a hacerse el muerto frente a los ojos de sus padres. Aún en el silencio, las palabras cuelgan de la noche y sobre ella monto como reproduciendo una postura primitiva. No basta mi convicción, la muerte juega al escondite, cuelga retratos amados para herirme de luto, escala y hace crujir el techo de mi esperanza como un tigre.
Todo se consume, pero no existen cenizas a no ser que las arrojemos en el camino.
Romper el silencio, proclamar la vida en esta tinta-sangre. Escapar del vendaval por luminosas puertas de emergencia que pintamos en la desesperación.



Golpes. Los ecos vienen a esta casa, buen amigo, el estruendo de botas y brutales remordimientos. Voces enterradas, vidas emparedadas como en un cuento de Poe. Existencias tiroteadas, secuestradas, masacradas. La vida permanece, y somos sus habitantes los que quisiéramos recordar hasta donde alcanza un cigarrillo y un libro, hasta dónde es burdel o monasterio esta casa. Quisiéramos –tan simples somos– que llegaran risas como puentes hacia otros tiempos.
Nos queda este presente que aísla, esta rutinaria indiferencia, buenos días que no se dan y el pan cuadrado que engullimos como quien pone mute al mundo. Está el internet, persiste la voz de la madre y el silencio de la sangre, está el espacio y el eco que nos viene de afuera, buen amigo, como viento de huracanes, como lluvias ácidas, y los meteoros del siglo que son las balas, nos vienen como voces y luces de sirenas, como redadas, como señales que nos avisan que el mundo late y le teme a la muerte y aun así se aferra hasta sangrar.

Los ecos nos vienen a inyectar vida. Adentro, adentro solo amordazamos escombros y urgimos callar, boicotear que el mundo sea un lazo de amor y de sombras porque el dolor se comparte y es más filosa su espina. La peor de las soledades, mi lejano amigo, es que no vengan esas voces aunque violentas, aunque viscerales, no sentirlas es aceptar que murieron los nervios, que solo somos un alma ciega, un alma que ahogándose en tierra patalea y se asfixia, un pez tan biutiful que se aplasta en su propia belleza, en esos golpes de estado que de doler, ni sentimos.  

Variaciones de un necio
¿Será que la necedad nació
conmigo contigo?
Silvio Rodríguez y yo

Mantendremos
el contacto,
chatearemos
furtivamente
y postearemos
memes
como gráficas
novelas
de este amor por red.

Será solo
una fachada
porque menguará
la roja luna
de nuestra sed
y ya no seremos
para el otro
piel de oasis.

Partirás,
sembrarás
travesuras,
multiplicarás
el deseo
en las pieles
que te suden
encima.

Colgarás
mis recuerdos
como prendas
en el fondo
de un armario,
sacarás
de tus poros
el aroma
que de mí
guarde
tu cuerpo.

¿Olvidarás
que fui
ballena blanca
en tus adentros?

¿Olvidarás
la necedad
de coger
sin poner
precio?
¿Amor
sin bajas
sin heridas
sin remedios?

Aún
te
recorro
y circulo
tu culo
tus pechos
tu cuello
tu boca
tu lengua
tu oreja
tu pelo
tus dedos
afilados felinos
aún en mi espalda.

¿Será
que tu locura
está de moda
y solo queda
venirme
en charcos
salvajes,
correrme
en tus caderas,
ya no ser
para ser
y perder
la conciencia,
jugo
de animal
de roca
vertida,
agua
que
te
canta
e implora
ahora?!!

¿Dónde irás
cuando
acabe
el poema
y ya no estén
mis nervios
tensos
de escribir
y olvidar?

¿Dónde
vivirá
el fuego
si incluso
la ceniza
se vuela
y no hay
más
aliento
contra
aliento
vidas
que gotean
y se vienen
juntas
desde la mismísima
muerte?


Sebastián Arce Oses
Heredia. Costa Rica. 1986
Poeta, narrador, ensayista, crítico literario,  profesor universitario y gestor cultural. Colaborador del Festival Internacional de Poesía de Costa Rica. Miembro fundador de la Asociación Cultural Tangente.
Observador de lo que debe y lo que no. Lo verás transitando de aquí para allá, sin importar el motivo o la frontera. Se dice que asistió al Taller Literario Netzahualcóyotl y al Taller Litarsis; al Festival Internacional de Poesía de Quetzaltenango, Guatemala, y al de la Habana, Cuba.
Ha publicado los poemarios Emigrar hacia la Nada, Ediciones Espiral (2010) y Variantes de una herida, Editorial Nuevas Perspectivas (2017). Cuelga escritos en el blog de poesía hechosydeshechos.blogspot.com y de narrativa borradordememoria.blogspot.com. Correo electrónico: sebasarce86@gmail.com   

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