lunes, 20 de junio de 2016

Borinquen: una PROMESA dentro de un bolero


Foto: Fabricio Estrada

Para quienes, en Puerto Rico, tenían dudas acerca del auténtico valor que Washington le da a la isla, la Junta de Intervención Fiscal se los vine a aclarar: Puerto Rico es nuestra colonia y ya es tiempo de desmontar las formas.

Pero hay una buena noticia (quizá nada buena para mucha población boricua): Puerto Rico regresa al seno de una Latinoamérica esencial, aquella que sufre los embates de la política exterior estadounidense con todo y sus directrices imperialistas, es decir, entra en la inercia del dominó progresista que va cayendo desde Honduras, Haití, México, Paraguay, Argentina, Guatemala y Brasil, todos ellos y ellas países intervenidos y puestos a prueba bajo una estrategia hemisférica para la recuperación del patio trasero.

Hay un tiempo para ser colonia y otro para ser Estado Asociado, entonces. Se es colonia cuando hay que imponer medidas y se es Estado Asociado cuando se debe jugar a las elecciones y a su democracia bipartidista. En cualquiera de los exámenes que pase Puerto Rico bajo este formato no tendrá respuesta positiva porque su condición política es de limbo. Por supuesto que en otros países latinoamericanos vivimos bajo esa misma condición producto del avasallamiento de nuestras soberanías por parte de los Estados Unidos. Las diferencias son apenas conceptuales y de ingreso. Por ejemplo Honduras. Cuatro bases militares imperiales en su territorio (Palmerola es la mayor de todo el continente fuera de Estados Unidos), una casta política entreguista desde que se conformó como enclave bananero en 1906 y una embajada pentagonista que da la agenda del mes con solo mandar un twitter (“Estamos muy satisfechos del ejemplo democrático del presidente… lo apoyamos” o viceversa) ¿De ingreso? Claro, la colonia oculta y miserable de Honduras no tiene ayudas federales ni estatus migratorio a favor, ni ciudadanía americana, ni soldados nacionales sirviendo al US Army en brigadas completas, ni veteranos con pensión, ni saturación de automóviles que evaporan el transporte público, ni supermercados gloriosamente repletos que no logran vender lo que tienen, ni Expresos donde el puertorriqueño habita constantemente móvil pero desconectado de sus congéneres… ni tanta casa vacía como producto de la emigración masiva o de la especulación inmobiliaria… Pero creo que las diferencias de ingreso comenzarán a ser menores por los recortes que traiga la PROMESA. Y de ahí para allá, sólo el pueblo salva al pueblo.
Porque la PROMESA es, como en todo el sistema de élites capitalistas globalizadas, salvar a la élite capitalista globalizada y no al que consume marcas y oropeles. Nadie desearía ver a Puerto Rico hundirse en la vorágine en que se encuentra Honduras (la pobre otra cara de la moneda colonial), pero al caer en los recortes y desempleo tipo Macri (digámoslo: desempleo macriano) Borinquen huirá en masa hacia el norte, atravesarán todos los estrechos y cabos que se le pongan al frente y, si es posible, cruzarán todo el territorio cubano como indocumentados hasta recrear un nuevo Mariel de alucinante singularidad.

Nadie quiere desear tanto mal para la bella pero adormilada Borinquen, pero si el pueblo es dejado a un lado del rescate que PROMESA viene a darle a los roselló, la violencia irá paulatinamente acrecentándose producto de la desesperación de los que ya tienen muy poco y de los que caerán en bongie desde la clase media a condición de inmigrantes dentro de su propio país. Así sucedió en Centroamérica y así se asustaron los argentinos cuando el Corralito. México lo conoce muy bien, y la Venezuela acosada imperialmente por la especulación de precios y acaparamiento de productos lo sabe mejor. Ellos tienen más roselló que la isla, no lo duden.

Si algo hay que Temer hoy por hoy en Puerto Rico, es a la PROMESA. Ni la Ley de Cabotaje abrió a la isla al mundo, ni las buenas condiciones hicieron que regresara la diáspora. Puerto Rico debe regresar a Latinoamérica, pero no sufriendo lo que nosotros hemos sufrido.

Fabricio Estrada

Honduras

viernes, 17 de junio de 2016

Ballet Nacional de Cuba en Puerto Rico - Fotos: Fabricio Estrada

El Ballet Nacional de Cuba que dirige la legendaria Alicia Alonso, se presentó el pasado 11 de junio del presente año, en el Centro de Bellas Artes Luis A. Ferré, de San Juan, Puerto Rico.

Tuve la enorme fortuna de asistir en modalidad fantasma, con pase libre a todos sus rincones, a sus tramoyas, a su cabina de sonido. No hubiera deseado nada mejor que esto, saber moverme a mi antojo cámara en mano para buscar el ángulo y la imagen que no pudiera explicar mi emoción. Enrique (a quien debo este privilegio), compañero de mi cuñada Laura Maldonado, me indicaba los spots más imprevistos y tuve que sortear mi miedo a las alturas para subir hasta las tremendas tramoyas donde Josué abría y cerraba la ilusión de los telones.

Todo ese trabajo tras bambalinas también yo lo he trabajado junto a ellos, sé cómo se tensan los músculos de esa visión que en butacas toma el nombre de teatro y espectáculo. Me imaginaba dentro de los párpados de un gigante o en las entrañas de un sistema de ilusión que necesita el concurso de la fuerza humana. Ahí estaban las bellas balletistas calentando y al verlas comprendía la luz y el movimiento que Degás buscaba tan insistentemente en los salones de danza parisinos. No puedo hablar mucho de la pieza Giselle, el montaje emblemático de Alicia Alonso, no tengo la suficiencia para hacerlo por mi falta de formación crítica hacia la danza clásica o contemporánea, pero sí puedo decir que es muy posible que se me hayan escapado las mejores fotos desde el mejor spot a causa del profundo trance en que estaba al ver todo ese despliegue de gracia y figuras.

Quedan entonces las fotos, y el desenfoque final que no pude corregir al estar a unos metros de Alicia Alonso y su pulsación maravillosa.


























martes, 7 de junio de 2016

Chuck Norris vs el Comunismo, la insurrección doblada por Irina Nistor




Hay memorias banales. Sí. Por lo general el pasado está hecho de banalidades y no de hechos épicos. Lo épico que se quede por ahí, en los intentos de la Enciclopedia, que bien se leen y lo dejan a uno con una sensación de que estamos desperdiciando el tiempo, como Trajano ante el Mar Muerto, llorando polillas y páginas de historia ya amarillentas. Puse Netflix y comencé esa dura prueba de escarbar estratos para dar con una joyita. Están bien las comedias, las series (he visto ya unas respetables) pero lo que yo buscaba era la joyita imprevista, como cuando Oscar Borge me mandó el link de Ha vuelto, de David Wnendt. Caí entonces al título más random de las listas, y me decidí a verla porque tenía necesidad de ver algo banal y random, sí señor.

Chuck Norris Vs. Communism (Video killed the red star), lo leyó bien, Chuck Norris contra el Comunismo de Illinca Calugareanu. ¿Qué resultó? Pues he visto una fabulosa historia digna de una película… oh, lo siento, pero sucede que llegué a dudar de estar mirando una película, como en
Ha vuelto, o si en efecto se trataba de documental histórico o de una parodia o de un eco híbrido al grito que venía de los inicios de mi adolescencia. Resulta que veo, tras bambalinas, la historia de Rumanía en una de esas aristas que determinaron sutilmente la caída del tirano y odiado Ceaucescu (interpretación tomada directamente de los doblajes de Hollywood), aquel dictador que fue fusilado en Bucarest durante la revolución que puso fin al Estado comunista rumano en 1989. Ante las primeras muestras del derrumbe, el régimen de Ceaucescu se endurece y se vuelve más represivo que nunca. La Dirección de Censura vigila cada cinta que se exhibe y corta a discreción todo aquello que muestra a occidente como próspero. Aquí, la prosperidad en su significado de consumo bien pudo titular a la película Ceaucescu Vs. Consumism, pero dejémoslo así. Todo pareciera que el docu-film va a mostrarme cómo era de difícil conseguir ver películas occidentales en Rumanía, pero la magia comienza cuando el sentido central se muestra con todo aquello que el humor eslavo es capaz de dar: esta es la historia del cómo una especialista en doblaje llamada Irina Nistor es contratada por un misterioso contrabandista de películas en formato VHS, y del cómo su voz -ella doblaba todos los personajes, invariablemente- se convirtió en una forma de resistencia al volverse masivo el contrabando y la piratería de películas como McQuade-el lobo solitario, Rambo, American Ninja, El último tango en París, Footloose, Top Gun, Volver al futuro, etc.

La sórdida alegría de los primeros espectadores, la tensión por la inminente llegada de la policía secreta, los testimonios de quienes vieron a escondidas esas cintas, la decisión de Irina de continuar doblando en clandestinidad, todo eso me regala una tragicomedia deliciosa y sorprendente que me hace preguntarme ahora sobre la diferencia entre lo que yo vivía en la misma época y bajo otros cercos mediáticos dentro de la cortina colorida de las barras y las estrellas. Porque al contrario de lo que pasaba a lxs jóvenes en Rumanía dentro de la Cortina de Hierro, la avalancha de películas de acción y la subsiguiente piratería fue total, ideológicamente similar pero, en este lado de la vida en un satélite, con implicaciones enormes. Recuerdo una noticia en la sección de Sociales de un diario capitalino: la reciente promoción de agentes de policía recibió como premio de graduación una visita al cine Clámer para ver Cobra, la violentísima cinta en estreno de Stallone, en 1986.


Durante un par de años, existieron en Sabanagrande tres o cuatro casas de amistades o familiares que habían logrado conseguirse un reproductor Betamax. En la casa de los Silva-Rivera, Sergio y Lizeth me invitaban junto a varios más para que viéramos Los Goonies. La vimos unas treinta veces porque era la única que quedaba. Sergio, quien ahora es sacerdote católico, me esperaba en la esquina y me decía: ¿adiviná cuál veremos hoy? Los Goonies, por supuesto; pero todo eso cambió cuando los primos Chíe y Coco Rivera idearon alquilar películas en Láser Vision (de las únicas dos casas de alquiler de videos en todo Tegucigalpa) y exhibirlas en el nuevo formato VHS que habían traído de Estados Unidos. Exhibirlas, pero cobrando, claro, a cincuenta centavos de lempira los niños y a un lempira los adultos. Creo que así sucedió en muchísimas partes de Honduras durante aquel año de 1987. Al ver Chuck Norris Vs. El Comunismo me vi de nuevo en aquella casona del barrio El Tule, alelado ante Conan el bárbaro, Perdidos en Acción, Delta Force, Rocky… pero sin miedo alguno a que irrumpieran policías censores, al contrario, resguardados por ellos mismos que eran el público especializado en toda película de balas y bombazos, corrigiendo a los legos en armas con un tipo de comentario que iba en este tono: no, no seás sonso, esa es una M-60, yo la disparé en el curso que nos vinieron a dar los Boinas verdes al Primer Batallón… mirá que pinta la Makarov de ese ruso, yo me quiero conseguir una en la frontera con Nicaragua, dicen que los Contras casi las regalan por cincuenta pesos… Yo apenas les prestaba atención, no quería interpretar o traducir la realidad en ese tiempo. Al igual que Irina Nistor al final del docu, cuando se le pregunta el por qué decidió seguir doblando a pesar de todo el riego que corría, confieso: yo solo quería ver películas.


No queda más que recomendarles este docu-film, para entendernos un poco más, quizá, como termina siendo nuestra misma historia una vez que finaliza Sugar man de Malik Bendjelloul, Malena de Tornatore, El Divino Ned de Kirk Jones o El lado oscuro del corazón de Subiela. El cine es esto esencialmente, aquello que te dice cualquiera cuando quiere contarte todo lo que ha pasado en la vida: mirando hacia el horizonte y con un dejo de alarde triste o vanidoso te dice “ay, si yo le contara… con mi vida bien pueden hacer una película”.
F.E.

jueves, 2 de junio de 2016