miércoles, 9 de julio de 2014

Todo el mar para Rodríguez


Winslow Homer


No fue necesario, pero hablaste del mar y de la intensa ola que se estrellaba en tu boca, Rodríguez, una ola simple pero intensa, especie de nube, un bloque blando que se desliza en el cielo para encajar con otras blanduras, igual de vagas como el mar que tenías ante tus ojos, igual el mar con miles de voces y ruido blanco.
Hace tantos años el mar y la nieve y el folk sin ninguna promesa, como en los años simples en los que una rocola hacía dúo con el hastío y vos te aprendías las notas con dedos entumecidos por la helada que llegaba desde los Grande Lagos.
¿Escuchabas el silbido del viento entre las tablas y las tablas –viejas bocas desdentadas- te enseñaban a llorar en la armónica? “No me dejéis solo, suaves coristas de las profundidades”, te repetías hasta que la melodía llegaba exacta y se dejaba oír en los suburbios de las grandes fábricas abandonadas.

Nunca tan solo, Rodríguez, nunca estuviste tan solo como en esos días en que te amarrabas a un escenario fantasma, sellados tus oídos al repetido coro de las adulaciones.

F.E.

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