martes, 13 de mayo de 2014

Palabras sencillas



"Oiga muchacho ¿no tiene un trabajito que me de?"

El señor que me habla tiene unos sesenta años, se le ve derrotado. Caminaba delante de mí en una acera del centro y me ha hecho la pregunta cuando lo rebaso. Su piel tiene la coloración inquietante de quien ha soportado mucho sol sin comer bien durante bastante tiempo. Me mira desde sus rasgos indígenas, la misma mirada que se ve en las viejas fotografías de principios de siglo veinte en Tegucigalpa. Siempre me intrigó el cómo hablarían en aquella época, sus modos, sus matices, sus tonos, las palabras sencillas.

"Deme unos pesitos que no he podido encontrar trabajo, no tengo para el bus"

Su voz tiene cien años y su forma de andar es tan antigua como la colonia. La colonia también impuso cadencia a nuestros pasos, creo, hay lentitud de ancianos que no tienen ninguna prisa por llegar a un trabajo. No hay trabajo. Sólo hay un viejo folder amarillo conteniendo un curriculum vitae de una profesión que debe interesar a los arqueólogos o a los antropólogos ¿qué era elegible y meritorio en la era del barro? se preguntarían, ¿cómo optaban a un salario de portero o de mayordomo de hacienda?

"Gracias, gracias muchacho... ay seguiré buscando"

Lo dejo atrás. Estoy seguro que se mantendrá todo el día dando vuelta a la manzana. Quizá lo vuelva a ver cuando se haya prendido fuego en la fricción de su cuerpo contra las paredes. Quizá haya encontrado un trabajo, un trabajo de fantasma en un país de fantasmas. Quizá su llama sea pagada. Iluminar con el combustible de su piel aceitosa. Quemar las cabezas de vaca bajo el Carías. Hacerlas ceniza. Esparcirlas. Esparcirlas y orar con palabras arcaicas. Conseguir trabajo, pues, aunque sea de faro tremendo.

F.E.

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