martes, 7 de mayo de 2013

Gracias, la casa del Mito

Esteban, mi hijo, está desprevenido. Juega con una amiguita de su misma edad (8 años). Yo lo he visto cuando regreso de dejar la basura al final del bloque. El sol calienta la olla de la lluvia. El Tigre Bonilla y Corrales ya pasaron limpios el polígrafo. Los periodistas mantienen embobada a la audiencia con sus poses de libertarios de la expresión y héroes contra la censura. Juegan los periodistas, juegan el juego que "ellos" les imponen para que se distraigan. Pobrecitos.

He regresado de Gracias, Lempira por la ruta más corta y más cómoda económicamente. Directo desde Gracias a La Esperanza, sin mucho mate, atravesamos la sierra sobre una carretera humilde que a ratos se rompe. Regreso de leer poesía junto a Salvador Madrid. Creemos que Juan Lindo es el muerto más celebrado. Leímos junto a su tumba en el Fuerte San Cristobal ante más de 80 alumnas graduadas en la primera promoción de la Carrera de Letras en Gracias. Y claro, luego dimos la bailada hasta el amanecer. Nos esperaba Mito Galeano en su laberíntica casa. "Cnosos", pienso, "Pompeya", pienso, la casa es una mezcla de irrealidad y pavor, de espejismo y melancolía. Es la fortaleza de los Galeano, su ofrenda a la belleza en los confines de la belleza.







Hablamos de todo y mientras tanto, Mito nos va mostrando su colección de fotografías: cientos de rostros lencas, la mayoría de mujeres surcadas por el olvido. Se pueden sembrar todo tipo de conjeturas en sus rostros ¿han sido felices? ¿qué ha sido lo más trascendente en ellas? ¿cuáles fueron las más profundas preocupaciones que las acosaron? "La lucha diaria, la urgencia de luchar diariamente", me dice Mito, "Ese es su signo". Las fotos siguen pasando y es como recorrer todas las calles y es así porque así logro ver a muchas de las retratadas en las mismas calles de Gracias. Mito es una memoria viva de la ciudad. Ha sido una pena no lograr ver al gran Byron Mejía, y es muy probable que al incorporar su memoria a esta apreciación de Mito hubiéramos recorrido y profundizado más sobre "el encierro" (ese baile ritual en que los gracianos se encierran a bailar horas y horas sin abrir puertas y ventanas), sobre El Guancasco y, claro está, sobre su pintura iniciada ahí, precisamente, en el taller de Mito.







La lectura me agarró "en curva", como decimos por aquí. No imaginé tal solemnidad y un público tan pero tan atento a todos nuestros movimientos o palabras. Me sentía expuesto a un polígrafo. Casi sentía que mi poesía era mentira. Pero al igual que el Tigre Bonilla y Corrales, pasé el examen. Salvador sudaba la gota gorda cuando el cantante hacía su interpretación entre nosotros. Canciones románticas de Sandro con la misma mímica y con el mismo vibratto. Todo pasó. La fortaleza de San Cristobal con su guardia femenina estaba satisfecha. Luego empezó el bailongo y nadie paró hasta las 3 de la madrugada. Todo un acontecimiento para estas tristes letras y toda una descarga de adrenalina desde los cañones mudos que flanquean la entrada.



Cuando cruzaba las montañas hacia La Esperanza pensaba: "hermosa lejanía, hermosa lejanía", y lo sabroso de bajarse en San Juan a comprar una burra. Luego los grandes bosques, el sueño y recordar que la primera vez que salí en solitario hacia un viaje de larga distancia fue en 1996, el año que visité Gracias debido a mi trabajo en el Ministerio de Cultura. Esa vez, apenas llegué, sentí la necesidad de enviarle un telegrama a mi abuela: LLEGUE BIEN A LOS CONFINES. Era necesario, sentía yo, homenajear a mi abuela María, la que inauguró mi gusto por viajar en su compañía.

Esteban, mi hijo, está desprevenido cuando paso a su lado y le toco el cabello. Le digo un te amo y él me responde con otro te amo. La niñita que está a su lado lo mira sorprendido y le pregunta, con una gran sonrisa: "¿Me amás, en serio?" Esteban se ríe. "¡Nooooooo, es a mi papiiii!". He vuelto a los confines, pienso mientras río. He vuelto.

F.E.

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