sábado, 26 de enero de 2013

Poemas de Julio Torres - Honduras


Julio me ha pasado, como contrabando en una frontera de espinos, esta luz, y se lo agradezco como un refugiado que necesita recordar la explosividad de la poesía, para reventar por dentro,  y demoler todos los gusanos de la complacencia. La voz viene del norte de Honduras, y ya no aguanta las fronteras:

Amanecer

Despierto,
busco un atajo para desandar la geometría ciega
de las moscas en la oscuridad.
Afuera el miedo es temperatura ambiente,
soy parte del vía crucis de autobuses que conspiran
contra el que cruza hacia la otra orilla.
Mucho antes de la primera luz
el ruido revienta,
un hervor de gusanos apesta,
apesta a muerte amanecida, a insultos,
a histeria de gente que se odia.
Ojos de reptil; el plato del día.
Voy a la mesa:
hierbas, carnes y otros enojos,
pondero la exactitud de los enemigos diarios,
entro a la viscosidad del día sin creer en nadie
y comienzo a flotar en una secuencia de instantes;
el santoral a flor de dientes, el obituario bajo el brazo.

Esquinas

Extiendo el oído contra los muros,
percibo un murmullo
como si la muerte fuera zona erógena,
como si alguien fabricara puentes verticales.
(En las azoteas los suicidas instalan su liturgia)
Los olores se esparcen, coito y rótulo sonríen juntamente,
la próxima víctima revela coordenadas de metálico silencio,
cuerpo a cuerpo la muerte, entre esquina y meridiano,
escribe su diario de navajas.
Máscara y pesquisa me enseñan
a esquivar la trampa de los saludos,
a permanecer callado para no dictar mi propia traición,
rostro a rostro la locura se repite,
cada mano que se extiende puede ser un arma blanca
o volverse la impaciencia del cadáver
perdido entre tanta soledad,
calle a calle memorizo el nombre
de los nuevos dueños de la tierra
y a la vuelta de la esquina nadie despierta a los difuntos.
Salgo y habito las primeras luces,
desde el estallido de graffiti
alguien pudo escribir la memoria de cada esquina,
pero el eco de los cuerpos que cayeron
se ha ido por las cloacas.
La noche y sus medidas.
Una calle vacía puede replicar un ataúd.
La noche y sus medidas, los mil ojos.
La sangre, nuevamente, lame el acero.


El vuelo transparente de una paloma


Me desplazo entre números,
nombres, avenidas sin olfato,
calles de doble filo,
automóviles tripulados por carniceros de ochos horas.
Digo una plegaria para excomulgar
a los depredadores que se agazapan.
Salen los cuerpos a sumergirse
en el animal de pezuña que es la sombra,
comienza la caída,
el día recoge sus bártulos, cierra los ojos
con las cifras de los mercaderes de agujas.
La tarde embiste y echa a volar el diario
que alguien olvidó, como si tratara de olvidar
la ofensa a un amigo,
                             
                              y flotan las páginas,

                        uno que otro degüello se eleva
                       con el vuelo transparente de una paloma.




 Justificación


De rodillas, sin darse por vencido
ni aún por morder el polvo,
mis manos están firmes;
es sólo que le debo un beso a la  tierra,
y esta voz que te nombra
y le da por llamarte telaraña de lágrimas,
coctel molotov a la hora del té,
criminal de guerra posfechado,
virgen que sangra,
conjuro de tabaco
profecía de humo,
día de muertos,
viejo músico que rasga su acordeón de tristeza.
El día se tiñe con el color más deplorable,
mis huesos acumulan lo dulce
de un ángel que me abraza y me cubre;
algo que fue en otro tiempo,
un recuerdo violento: muro con serpentina,
hilacha de carne de algún fugitivo,
otra edad, donde venerábamos el juguete de infancia,
los ojos dormidos, la puerta de sueños,
tu mano en mi mano, puño de sangre,
otros rostros que dejaron un beso imposible,
colores de ropa,
rictus de gente que pasa.


 Domicilio

Aquí, donde el paisaje es una fila de casas grises,
la basura es la flor matutina
que dejaron los perros,
más bien lobos citadinos.
De este lado casi todo se muere,
se pudre en las aceras
y los niños patean los despojos
hacia los patios, donde el polvo
es un anciano solitario.
A los lejos, un destello,
un leve gesto, como si la tierra fuera a partirse.
Otro día se aproxima,
se erige sobre nuestro sueño,
mientras tanto, no me llamen hijo,
llámenme errabundo.


Julio Torres (La Lima, Cortés, Honduras, 1982) es fotógrafo aficionado, en 2008 publicó el poemario Nociones para habitar un país difícil. Parte de su trabajo ha sido publicado en la antología Cuarta dimensión de la tarde, edición conjunta entre poetas sampedranos y cubanos. Es ganador del I lugar de Cuento en los JFSRC 2012, tiene en preparación el libro de cuentos El sueño es un carnívoro que persigue a los despiertos.







1 comentario:

RaYuELa dijo...

Desde el primer verso, desde el primer párrafo, desde todo se percibe la mirada auténtica de la poesía. Gracias compartirlo, habrá que recordar este nombre: Julio Torres.