miércoles, 18 de julio de 2012

Devoción por la piedra - Jorge Ortega, México


Conocí a Jorge durante mi visita a Casa de América, en Madrid del 2005. Jorge llegaba a recibir el Premio Hiperión por su poemario Estado del tiempo y yo, iba a leer junto a Alan Mills, Francisco Ruiz (ya fallecido), Carlos Clará, María Montero y Sofía Santim, invitados como representantes de la nueva poesía centroamericana.

Aquella reposada personalidad de Jorge terminó siendo pura contención para el funk del Moby Dick, la disco setentera que Mercedes Hernández, nuestra gran amiga en común chapina-española, nos llevó a conocer y a disfrutar. Ahí Jorge giró y giró, bebió de nuestro Zacapa y río hasta que la poesía se volvió pavesas. Todo un filólogo el Jorge, hablaba pausado y sonreía sin prisas, también. Ahora recibo de su puño y letra la dedicatoria que ha escrito para este agradecido amigo que sigue atento su trayectoria, tanto en el lenguaje como en el espíritu (qué importa los dime que te diré del ámbito literario).

Su poesía explora esas partes sensibles que la reflexión poética posmoderna tiende a dejar a un lado, es decir, pienso que Jorge sabe describir el temblor de una llama por la sombra de su forma y no por su luz. Su enorme sentido contemplativo da para hacer de su poesía un tantra para cada día. Su atención al detalle y a las sutilezas de las emociones puede ser descrito como el arte de la veladura poética, un escrupuloso estudio de las variantes lumínicas y su esplendor surgido desde la palabra.

El que también haya sido merecedor del Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines, me hace particularmente feliz porque fui testigo de su naturalidad humana, sin nichos de santos graves y protocolarios, solamente el Jorge que habló conmigo por toda La Castellana y que vio en el amarillo crepúsculo de las cervezas un motivo para pactar la amistad que solo la poesía hace perdurar a pesar del tiempo y de los territorios.

Teoría de la luz

SENTADO A solas en el comedor
sin más vitualla que la del ayuno
qué tanto contemplaba.

Era un dejarse estar
lo que me retenía, un dejarse caer
en el instante sin fondo
de la perplejidad.

El polvo gravitaba con el ritmo
de una constelación en movimiento,

y todo cabía ahí:
                        las conjeturas
y formas del deseo,
                          los audaces
polígonos del sueño,
                          las falacias
que propagaba el párpado
                          preñado de incoherencias
y el alba diluía.

La ventana era la hoja en blanco,
el intocado folio, la pulida visión del inocente
en que la voluntad pactaba en los planes.

Y todo estaba ahí
porque no estaba escrito.

La luz borraba el mundo
y lo restituía.

Diario de Liverpool

NO MAS sonido que la rodadura
suave y veloz de un coche
sobre la carretera,
el pájaro invisible
en el laurel intonso que lo abraza,
la pulsión de la sien contra la almohada.

El sol recorre el césped
y los follajes rumian,
se atraviesa una nube
y los follajes callan.

Intermitencias: suspensión del viento
o viento
desatado.

La soledad extiende sus alfombras.

Día, noche, día
en el jardín desierto,
en el verde desierto del jardín,
palestra de infinito.

Falta el desorden, la espiral del caos
para salir del pasmo, para salir del paso, moverse
                                o

quedarse

a vivir

en la pausa.



El momento

HEMOS SUSTITUIDO la cortina
con papel albanene. Y sin quererlo
obtuvimos así la luz exacta,
la intensidad de luz que perseguimos
durante lustro y medio.

Intensidad de luz que entra descalza
en las paredes blancas de la sala,
en el diáfano aljibe
donde amortigua el sol,
donde hasta el sol se anula y cristaliza
en lombrices traslucidas.

Y no es la intensidad sino su modo,
el gesto de filtrarse al comedor,
aderezar la mesa,
encandilar las páginas de un libro
leído al mediodía.

El ángulo, la forma
en que redimensiona los objetos
ya dentro de la casa,
el viso con que alivia el azulejo
como un mantel de agua
de quietos resplandores.

Lástima que nos vamos, lástima que el espacio
no esté para nosotros a la vuelta
de recorrer el mundo.

El momento esperado
llega cuando partimos.


El jarrón

DONDE NO hay un jarrón
hay un jarrón.

Es el jarrón
que fabrica el deseo, el jarrón

que no compraste en Nápoles
pero que participa
de una memoria herida
por la desposesión.

Lo huérfano de ti,
aquello que anhelaba tu rescate
en el momento preciso

detona en la pupila, logra empinar el río
del aire peregrino que traslada
las ofrendas de unos
                    a otros
                              territorios.

El jarrón que aún te aguarda en Nápoles
se acostumbra al espacio que no ocupa, crece
en la repisa austera de la sed
pintándose solo.

¿O es acaso el entorno el que se adapta
a la forma añorada?


Primera llamada

URGE CONTAR lo que sucede
no arriba en el lenguaje
y su costra de espuma

sino abajo, donde
la llama se doblega
o tiembla la raíz.

Urge invertir el cono
y denunciar su fondo,
atraer el clamor de las arenas
que la corriente submarina
ondula.

Respira y sumérgete.
Asciende y recupera lo que has visto
para alivio de quienes esperamos
en el espejo de la superficie.

Mucha tinta ha corrido
y seguimos en ascuas.

Alumbra un poco más tu circunstancia,
acerca la linterna a los abismos
para buscar la llave entre las rocas.


Jorge Ortega, Mexicali, 1972
Doctor en Filología Hispánica por la Universitat autónoma de Barcelona y, desde 2007, miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.

Ha publicado una docena de libros de poesía y prosa crítica en sello editoriales de México, argentina, España y Estados Unidos, entre los que destacan los poemarios Ajedrez de polvo (tsé-tsé, Buenos aires, 2003), Estado del tiempo (Hiperión, Madrid, 2005) y el pliego de poesía Catenaria (Pen Press, Nueva York, 2009).

Ha colaborado en distintos medios culturales y leiterarios de Iberoamérica, tales como Crítica, Letras Libres, Mandorla, Nexos, Quimera y Revista de Occidente. Poemas suyos figuran en diversas antologías de poesía mexicana reciente. Ha sido traducido al inglés y al francés. Como joven creador fue becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes en la rama de poesía. Se especializó en poesía de los Siglos de Oro y poesía hispanoamericana contemporánea. Desde hace más de quince años combina la escritura con la enseñanza y la investigación de la literatura.

Obtuvo en 2001 el Premio Nacional de Poesía de Tijuana y en 2005 resultó finalista del prestigiosos Premio de Poesía Hiperión. Devoción por la piedra mereció el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines 2010.

1 comentario:

Fabricio Estrada dijo...

Querido Fabricio: Gracias por la cálida y generosa nota de tu blog. Me has recordado nuevamente aquellos días copados de fraternidad y poesía en la Residencia de Estudiantes y la Casa de América, pero sobre todo las noches de marcha en un Madrid de junio en el que los tambores de la humedad estival comenzaban a hacerse oír ya desde lejos, mientras intentábamos mitigar con incontables cervezas nuestra sed de comunión. Un abrazo grande y mi gratitud y amistad.

Jorge Ortega