sábado, 5 de mayo de 2012

May day air force one



Muchas veces voy en la cola del avión, como un Harrison Ford haciendo de presidente de una nación payasa. Cuelgo de un alambre que no une nada mientras todas las voces de mi conciencia celebran en sala de conferencia que aún estoy vivo, no importa cuán asustado llegue a la rampla de salvación y tampoco si puedo saludar correctamente a lo militar más macho.

Son los momentos catastróficos los que me mantienen vivo y coleando.

El air force one ha despegado. Las luces se encienden y la aeromoza ministra señala la ruta de evacuación. Pero dentro de todo hombre aterrado por los aviones,surge una parte heroica que advierte que se debe estar dispuesto a saltar por la puerta abierta, como una zarigueya cruzando por los cables apenas llega la noche, como el paso comando que todo recluta debe realizar para graduarse de su curso asesino.

Los momentos catastróficos me señalan hasta el asiento que saldrá volando y donde me encontrarán con el vaso de ron doble con Coca Cola aún en la mano. "Quedaré intacto -me repito en silencio-, estaré completo de pies a cabeza y dirán que me dormí ya muerto o morí dormido, sin darme cuenta".

Harrison Ford ya no quiere ser presidente, ni paracaidista, ni piloto. Quiere volver a casa o regresar al Han Solo que fue y hablar con su copiloto extravagante, saltar al hiper espacio de manera cómoda y cobrar sin chiste, nada más. El air force one no tiene nada de divertido. Tiembla como cualquier ave migratoria que cruza el paralelo del calor al frío. Tiembla como yo mismo al ver por primera vez la noche y el día empujándose fuera de las ventanillas, sobre el Atlántico. Y yo no era presidente, ni quería saltar tampoco. No quería salvar mi nación ni encontrar palabras para un discurso fuerte y etéreo a la vez.

Yo era el Harrison Ford más tímido y aturdido, el que teme en su cama al repetirse las escenas del descenso y la explosión de la aeronave, el que quiere cambiar de canal desde un control sin baterías y que se desespera y lanza el control sobre la pantalla para no ver para no ver, no, no ver las alas despedazándose y el llanto de los controladores de vuelo en la torre de control.

Pierdo el control apenas me dicen que cierre mi cinturón de seguridad. Todos podrían desaparecer y verme obligado a sentarme en la cabina para salvar la nave y, ante eso, ¿hacia dónde ir? ¿hacia dónde enfilar el bello 747 con su sueño de tierna orca voladora? Aterrizo despierto en mi asiento asignado: E-19, D-22, F-35, G-41... todo el alfabeto del azar dispuesto para ser guía para los forenses y técnicos, para los asesores presidenciales, para la nación que usa los números indagados como una trivia maligna y millonaria.

Solo los momentos catastróficos y yo. Una nación sin presidente, un presidente sin su air force one, un avión si su apariencia de orca, sin su actor, sin su pobre Harrison Ford colgado del cable, en bandolera, para siempre y sin segundas partes.

F.E.

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