martes, 6 de septiembre de 2011

Carta a Juan Carlos



Llega la hora, sí, llega la hora compañero Juan Carlos. Seremos viejos al recordarla pero sabremos cuándo fue la hora en que los jóvenes sucumbieron o avanzaron.

Algo nos dijo siempre que debíamos estar preparados y que la crujiente madera y lodo de bahareque aguantaría hasta esta hora. Luego vendrían muchos brazos a levantar los troncos y toda la casa hincharía su pecho y hablaría. Vos sabés lo que cuentan las casas que ya no soportan una gota de lluvia más y sabés, vos lo sabés, cómo se entretiene un niño con los pozos que se abren a mitad de la cama, en pleno temporal.

Vimos las correntadas que inundaron las calles y también vimos cómo el sol implacable evaporaba el canto, pero el pueblo no se fue, la gente que amamos y sufrimos nunca se fue. Tan solo espera dentro de las casitas con un dibujo de Allan junto a una estampa de la virgen. Doña Ángela, por ejemplo, entendió por fin la combinación del rojo y el negro y ahora pinta su pared con ellos: negro para la noche y rojo para el día, me dice. Don Manuel –cuando bebe- ya no grita más vivas al partido liberal sino que se desgañita con lágrimas de gas y océano con toda la fe puesta en un “Viva el Frente hijos de puta!!”.

Y yo no sé cómo imaginábamos la hora, Juan Carlos. ¿Qué cosa iba a salir de tanto dolor acumulado y sueños apaleados? No teníamos más que a nuestros cipotes esperándonos y con esa preguntadera del por qué sangraban nuestras cabezas y del por qué la tía Sonia tosía tanto al regresar de las calles. “Nos pijiaron, chiquitos, nos pijiaron los chepos malditos y nadie sabía cómo empuñar un arma…” Era sólo la impotencia, como esa matita que no termina de quitarse las piedras de encima para darnos su fruto, como esa vez en que mamá se bañó tempranito para salir a una cita laboral que nunca le dieron y regresó llorando, mordiéndose los labios y jurando que la próxima vez le reventaba la cara a ese imbécil que le insinuó algo para darle la chambita.

Juan Carlos: se nos pasa el tiempo y en el pueblo nos preguntan de qué lado está soplando el viento, que cuándo estaremos dispuestos para una lucha más… y vos sabés que a la lucha nos llamó el hambre y el hambre es eterna como un palo de carao, torcida como su vaina, así que es fácil contestarles, escribirles, cantarles: la lucha, compitas, es para toda la vida y la vida nos ha hecho hermanos, hermanas de una sangre nueva que baja en correntadas a través de nuestros sueños.

Los minutos pasan, Juan Carlos, como una inmensa multitud, y nuestro tiempo, va con ella, con el pueblo.

F.E.

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