jueves, 7 de mayo de 2009

Buen viaje, Ruvaldo, Henry, quien quiera que hayás sido


Recuerdo a Ruvaldo caminando por un camino de tierra blanca. En sus brazos lleva a Eleázar, su hijito de dos meses. Brenda camina a su lado y nosotros, Mayra, Noelia, Johny y yo, más otros que olvido ahora, vamos preocupados por la lluvia que promete hundirnos el campamento que instalaremos en Corralitos (camino a La Tigra), en el Cañón de los Poetas, como también gustaba llamarlo Ruvaldo.

Para él, llevar a su hijo hasta aquel lugar era una especie de iniciación, una conjunción con los elementos del cosmos, con las partículas espirituales que luego él mezclaba en el bastidor. Todo lo que intuyera un canto astral o una frase meditativa era para Ruvaldo el comienzo de una larga disertación mística sobre el papel del artista con respecto al mundo. Yo lo escuchaba siempre como quien oye a un hombre que habla dormido con los ojos abiertos; a él no le importaba cuán racional se enhebrarán sus teorías sino cuánto de vértigo provocaran en uno sus apuestas dialécticas: Valle Inclán era un iluminado que pintaba con palabras, Krishna había reencarnado en Jesucristo, la multidimensionalidad era aprehensible y su captura en el lienzo era un deber insoslayable para todo pintor que se preciara como tal.

Recuerdo una de sus pinturas en especial: un niño lanzando un trompo en tres dimensiones. El niño era Eleázar en diferentes edades, incluidas las que aún no tenía. “No es futurismo –me dijo- , son las diferentes graduaciones del espíritu acosado por el torbellino del tiempo”.
Yo lo escuchaba como quien oye a un hombre que habla dormido con los ojos abiertos. Me mostró infinidad de retratos, los mismos que hacía cada día en los espacios de muchos centros comerciales, gente que él reinventaba con serenidad y con la visión del que sale de una noche larga de golpes e incienso. A través de esa cortina de humo Ruvaldo pintaba, miraba, medía.

La última pintura iba siendo galopada por decenas de caballos. Bajo su convulsiva carrera, cientos de huevos iban siendo aplastados. El precario suelo donde se asienta el espíritu volvía a ser pre-figurado, atrapado entre un cielo formado por una inmensa malla metálica. El formato de la pintura era grande porque él aseveraba que nada debía frenar la expansión de la idea. Así era el amigo, ni más ni menos, trashumante de lo posible, anacoreta urbano al quien pocas veces vi sedentario o perdido.

El martes pasado, su corazón –trompo astral- detuvo su colorido tornado, y hoy, no sé de qué mejor o justa manera recordarlo.

Hasta luego, hombre de fe, hasta luego, hermano.

F.E.

2 comentarios:

manuel dijo...

yo estoy muy confundido porfavor lea mi historia y mandeme un mensage.yo conoci a un pintor llamado henry en un lugar muy remoto de el salvador que se llama canton el porvenir. por muy poco tiempo me dio clases de dibjo, recuerdo que el era muy bueno solamente pude compartir un poco tiempo con el pero me gustaba pasar tiempo con el. esta persona tenia un bebe con una muchacha llamada brenda, los dos eran de honduras. al despedirse de mi me dejo el libro de la odysea con una dedicatoria que decia "cultiva siempre la sabiduria mi querido pupilo ruvaldo" quisiera saber si este es el mismo hombre del cual usted habla?

mi correo es: manuel_lovossv@hotmail.com

Cristian Godoy Castejón dijo...

Fabricio, soy Cristian Godoy... ¡Hola! ¿Qué le pasó a Henry? Fué vecino mío en tiempos pasados...